El centro lleva el nombre de Oscar Niemeyer, un arquitecto brasileño con visión de futuro que formó parte de la escuela de la Bauhaus. Me sorprendió descubrir cómo su filosofía buscaba unir lo industrial con lo artístico, creando un espacio que conectara la ciudad con la cultura. Aunque el centro está algo apartado del núcleo urbano, se accede por un puente de colores que atraviesa las vías del tren y la ría, como un símbolo de unión entre mundos distintos.
Sus espacios hablan, utiliza el blanco en todo el conjunto, que transmite una sensación de pureza y amplitud. Uno de los elementos más llamativos es la torre en forma de platillo volante, separada del resto del complejo pero conectada por un pasaje. Parece flotar, como si fuera una cápsula espacial que observa el entorno.
También me encantó el auditorio redondo, decorado en su exterior con un dibujo amarillo que representa la silueta de una mujer. Nos explicaron que está hecho en cerámica para que el color cambie según la luz del sol, un detalle que demuestra cómo Niemeyer pensaba en la interacción entre arquitectura y naturaleza.
La cúpula, que recuerda al sol o la luna, juega constantemente con la luz. Todo el centro está diseñado con formas redondeadas, ya que Niemeyer consideraba que las aristas eran poco atractivas. Esta elección da una sensación de fluidez y armonía que se percibe al recorrer el espacio.
Gracias a la guía, que fue encantadora, descubrimos detalles que a simple vista pasan desapercibidos. Por ejemplo, la flecha que se forma en el interior de las exposiciones, combinada con la escalera, o cómo cada rincón está pensado para provocar una emoción o una reflexión.
Aviles centro Niemeyes
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Debate :
Arquitectura como arte
La arquitectura como función
Conclusión: ¿Y si no hay que elegir?
Quienes defienden esta visión, como Oscar Niemeyer, creen que la arquitectura debe emocionar, inspirar y dialogar con el entorno. No basta con construir edificios que funcionen: deben tener alma. El Centro Niemeyer es un ejemplo claro. Sus formas curvas, su juego con la luz, su conexión con la ciudad a través del arte, todo está pensado para provocar una experiencia estética.
Además, esta visión se alinea con la filosofía de la Bauhaus, que buscaba integrar arte, diseño y vida cotidiana. Para Niemeyer, las aristas eran frías; prefería las curvas, porque “son las que encuentro en las montañas de mi país, en el cuerpo de una mujer amada”.
Otros defienden que la arquitectura debe ser ante todo práctica. Que su belleza está en la eficiencia, en la capacidad de resolver problemas urbanos, sociales y económicos. Desde esta perspectiva, el arte puede distraer o encarecer los proyectos. En ciudades industriales como Avilés, algunos podrían preguntarse si un centro cultural tan vanguardista es realmente necesario, o si se aleja de las necesidades reales de la población.
Quizá el verdadero valor esté en el equilibrio. El Centro Niemeyer demuestra que lo funcional puede ser bello, y que el arte puede transformar espacios industriales en lugares de encuentro, reflexión y comunidad. La arquitectura viva no compite con la funcional: la complementa.


